Recuerdo cuando sentía una emoción tremenda por ver a los chicos jugar fútbol a las afuera de mi casa, me desesperaba salir cuanto antes para ver a mi amiga, hablar y molestar a los varones por cualquier tontería y que ellos nos denigraran por ser niñas.
En esos tiempo las tardes olían diferente, tenían un aroma a felicidad, ilusión y diversión, lástima que con el tiempo todos comenzaron a mudarse y nos enamorábamos unos de otros sin concretar nada por miedo extremo al rechazo.
En algunas ocasiones de aquella adolescencia jugar a darse besos era de lo más famoso, jugar dejaba de ser correr para tocar una base o esconderte del que contaba.
En algunas ocasiones de aquella adolescencia jugar a darse besos era de lo más famoso, jugar dejaba de ser correr para tocar una base o esconderte del que contaba.
Así fue como empezaron los cambios hormonales y el bullying era parte del día a día, aunque supongo que siempre se podía ser feliz acordando un partido de fútbol niñas contra niños o es que a mi nunca me llamó mucho la atención pasar toda la noche sentada hablando, pero sí, realmente extraño aquellas conversaciones donde aún no teníamos suficiente malicia.
Sexo, constantemente hablamos de sexo. Dejamos de correr, jugar o hasta tener esa chispa de bullying que ahora es completamente inofensivo. Hoy por hoy el Sol sale y se esconde millones de veces sin darme una sensación de lo vivo que está el mundo por lo automatizado que lo hemos vuelto.
Nos sonreímos por hipocresía, pensamos que todos se convirtieron en la peor cosa o incluso ya ni los vemos como los grandes amigos que eran, ahora solo queda el recuerdo de todas las rodillas raspadas, el llamado de las madres cada noche y la súplica por quedarnos un rato más.
Extraño esas veces donde competíamos por obtener más goles que el equipo contrario y no por quien posee la mejor pareja. Detesto hablar de sexo todas las putas horas de luna o asociar cualquier comentario a ello, incluso me da fastidio ver como aún cuando ya crecimos, siguen habiendo tabúes después de tanto tocar el tema.
Definitivamente la época más dura no es ser un niño que aprende con golpes, la etapa más difícil es ser un adulto y darte cuenta lo mucho que echas de menos tu propia inocencia y la de tu alrededor.
Suscribe Roxana "Es demasiado irónico que en tu pasado llorarás muchas veces porque deseabas crecer, pero a veces nos arrepentimos de haberlo querido tanto que a la final se hizo realidad"
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